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El Amanecer de la Victoria

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Arte por Ark
Los heraldos viajan sobre las alas draconianas de Svir y Aerak por los cielos de Onira dirigiéndose a la batalla en Ancelot. En su camino se detienen en el valle de Elgard pues notan una perturbación y un ejército enano acercándose. El Guerrero Sin Nombre habla con los enanos y recibe un escudo dorado como regalo de su gente.

En Elgard, tropas de muertos vivientes azotan la ciudad y Aresius junto con Idhriel, en el Árbol de la Sabiduría, están acorralados por las tropas de Dargor, el príncipe de las sombras. Los heraldos se apresuran al árbol para salvar a los elfos y aprovechan para lidiar de una vez por todas con el comandante de este blasfemo ejército. La batalla es feroz, muchos caen por las ramas del enorme árbol y se levantan de nuevo, los dragones hacen ataques aéreos, Arwald derriba a su oponente con escudo en mano, Sin Nombre baña su espada de luz y Rose toma las oportunidades para ganar ventajas tácticas. Al final, la sombra de Dargor se desvanece con el último estoque de la Espada Esmeralda. No encuentran su cuerpo por ningún lado, y aunque el guerrero del destino está seguro de que Dargor ha muerto finalmente, Rose y Arwald no están tan seguros.

De esta manera, grandes guerreros enanos junto a Sin Nombre marchan a través de las colinas plateadas de las tierras centrales de Onira mientras Arwald, la llama del norte, y Rose, la Rosa de Algalord, guiados por vientos dorados vuelan con orgullo sujetando la Espada Legendaria. Gloria, orgullo y honor van con ellos.

Reciben de camino una misiva de Ancelot, que les propone reunirse en las ruinas de Kazar, no muy lejos de Ancelot, para determinar las tácticas de combate lejos del reino sitiado. Los soldados de Ancelot aclaman a los heraldos y sus voces alcanzan el cielo. Allí encuentran nuevamente a Epicus, el guerrero de hielo, quien luce confundido por su experiencia en las Montañas Sagradas, pero que poco a poco se vuelve a acostumbrar a sus antiguos compañeros. Discuten las tácticas que se tomarán en la guerra junto con las recomendaciones de Aerak, los guerreros de Ancelot, Pax y Pendor del ejército enano, e incluso Benjamin, Dae y Agatha.

Con la ayuda de Agatha, reconstruyen el puente destruido que conduce a Ancelot, haciendo un puente de oro macizo por el que Benjamin preve que huyan las tropas enemigas.

Una vez en el calor de la guerra, los heraldos deben tomar difíciles decisiones para controlar a las tropas y ocuparse de los asuntos más importantes. Su primer movimiento es deshabilitar una enorme catapulta (o trebuchet) que amenaza con irrumpir en la citadela central del palacio. Rose con perfecto sigilo logra desarmar el mecanismo. Arwald, mientras tanto, enciende paredes de fuego alrededor de su palacio para protegerlo de las tropas de drows y elfos corruptos mientras una avanzada de enanos de Lork y bárbaros de las tierras altas efectúan un efecto tenaza en el enemigo. Finalmente rompes las filas hostiles con una táctica de caballería y combaten a los enemigos más resistentes, un escuadrón de esqueletos animados por quién sabe que oscuro ritual, que deciden tirarlos al río más cercano al probar ser imposibles de destruir. Las pérdidas de la ciudad son incalculables, pero al menos el palacio está intacto.

Rose admite que su corazón está dividido, y los reyes de la Santa Alianza se reúnen nuevamente con los heraldos para discutir tácticas. Deciden intentar usar conjuntamente los talentos de los reyes para espantar las tinieblas que cubren el sol de las Tierras Encantadas.

Todo parecía bajo control, hasta que los refuerzos de Akron llegaron. Cientos de demonios que superaban en número a las tropas aliadas barrían con todo en Ancelot. Los heraldos se prepararon para esto y atacaron con todas sus fuerzas, pero rápidamente empezaron a tener bajas importantes. Era la hora de usar la Espada Esmeralda.

Arwald y Sin Nombre, cabalgando los vientos en sus dracónicas monturas daban aliento a sus tropas, Rose danzaba al ritmo de la Sinfonía de las Tierras Encantadas y Epicus se entregaba a un frenesí de rabia y destrucción. La Mística Espada finalmente conjura un portal a las Celestiales Tierras Sagradas, donde habitan los dioses y los ángeles, e inmediatamente, un sinnúmero de alados seres de luz surge del umbral de luz eterna para acabar esta guerra profana de una vez por todas, con el brillo del alba, el nacimiento de un sol oculto tras las tinieblas hace tanto tiempo que, las Tierras Encantadas ya no recordaban su dulce rostro.

Gloria, gloria perpetua, en este amanecer de la victoria!

Pero a Arwald le pareció ver algo, una sombra en su palacio. Los heraldos siguieron al príncipe y los ojos de Rose observaron al señor de la Montaña Negra justo allí, tras las barreras del palacio. Otro combate con el que pensaban muerto habría de suceder y Arwald habría de contemplar las Puertas de la Eternidad una vez más. Obligan a la sombra de Dargor a retroceder una vez más y desvanecerse. Esta vez, la esperanza no inflama el corazón del guerrero del destino.

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