Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había comprado una netbook roja y la muchachita la llevaba tan a menudo a la escuela que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que mandara un e-mail con unas recetas de pasteles a su abuela que vivía al otro lado del mundo, recomendándole que no se entretuviese en el Internet, pues era un lugar muy peligroso, ya que siempre habían usuarios malignos acechando por allí.
Caperucita Roja abrió el archivo con las recetas, conectó la netbook al Wi-Fi y abrió el navegador. La niña tenía que navegar por el Internet para encontrar la dirección e-mail de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos a través del Messenger y Facebook...
De repente vio una solicitud de amistad de un tal Lobo en Facebook y vio que tenía cuenta en Twitter, que era una enorme red social.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó la página con su voz ronca.
—Voy a mandarle un e-mail a mi @Abuelita —twiteó @CaperucitaRoja— quien no resistió la tentación de hacerse una cuenta.
—En el perfil de @Abuelita puedes encontrar su e-mail —replicó @Lobo cuando vio el primer tweet de @CaperucitaRoja.
Caperucita cerró el archivo con las recetas y se entretuvo visitando Twitter: «@Lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando vea que yo la sigo en Twitter además de mandarle las recetas.»
Mientras tanto, @Lobo se fue al perfil de @Abuelita, consiguió la dirección e-mail y le mandó un virus a la abuelita. La anciana abrió el archivo adjunto pensando que era de Caperucita. Un usuario llamado @Cazador que vivía cerca de @Abuelita había observado el último tweet de @Lobo.
El virus se apoderó de todas las cuentas de @Abuelita y @Lobo se robó las contraseñas de la desdichada: se metió en su cuenta de e-mail, Twitter y Facebook. No tuvo que esperar mucho, pues el e-mail de @CaperucitaRoja llegó enseguida. Luego de mandar el e-mail, la niña se fue toda contenta a seguir navegando y vio que los últimos tweets de su abuela estaban muy cambiados.
—@Abuelita, @Abuelita, ¡qué montón de aplicaciones tienes!
—Son para twitearte mejor —dijo @Lobo tratando de imitar la forma de twitear de la abuela.
—@Abuelita, @Abuelita, ¡qué montón de cuentas tienes!
—Son para seguirte mejor —siguió diciendo @Lobo.
—@Abuelita, @Abuelita, ¡qué montón de links envías!
—Son para...¡acosarte mejoooor! —y twiteando esto, el @Lobo malvado le mandó un virus a la niñita y le robó las contraseñas, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, @Cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones de @Lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de @Abuelita. Pidió ayuda a un informático y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron los puertos de red abiertos y a @Lobo logueado en las cuentas de la anciana, con el firewall desactivado de tan distraído que estaba.
El cazador sacó su laptop y tomó control remoto de la PC de @Lobo. Las cuentas de @Abuelita y @CaperucitaRoja estaban allí, ¡intactas!.
Para castigar al @Lobo malo, @Cazador le llenó el disco duro de spyware y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo volvió a activar su firewall, sintió muchísima pereza y abrió el Internet Explorer para descargar unos programas piratas. Como el spyware pesaba mucho, el navegador se sobrecargó y le apareció un pantallazo azul. Su disco duro nunca se pudo recuperar.
En cuanto a @CaperucitaRoja y @Abuelita, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita había aprendido la lección. Prometió a su abuela no agregar a ningún desconocido que se encontrara en Internet. De ahora en adelante, seguiría las juiciosos tweets de su @Abuelita y de su @Mamá.
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